Entre los pasillos del mercado Central de San José, donde conviven aromas, historias y personajes entrañables, trabaja desde hace 12 años don Manuel Quirós, un vendedor que se convirtió, sin proponérselo, en un héroe anónimo al mantener vivas las tradiciones dulces que acompañaron a varias generaciones de costarricenses.
LEA MÁS: Exconserje del gobierno, de 73 años, trabaja con todo y bastón en las calles de San José
El hombre que madruga para conservar lo tradicional
Aunque muchos creen que debe madrugar mucho, él cuenta su rutina con sencillez: “Más o menos a las seis y cuarto… a las siete y media ya estoy aquí”. A sus 66 años, dedica hasta diez horas de su día a la venta de productos que pocos comerciantes mantienen.
Tiene 24 años de ser vendedor y asegura que esta labor nació tras perder un antiguo trabajo. “Me despidieron de donde hacía botellas, así que me dediqué a vender. Mi papá y mis tíos traían esa tradición”, recuerda.
En su pequeño puesto ofrece tesoros que evocan niñez, fiestas y tiempos más simples: melcochas, confites de fiesta, besitos, tártaras y el famoso soao, entre otras cosas. “Son muy tradicionales”, dice con orgullo mientras señala las bolsitas listas para llevar.
LEA MÁS: Gerardo “Chiqui” Solano, el pregonero que lleva 20 años informando a Paraíso de Cartago
Los precios, fieles a lo popular, siguen siendo accesibles: “Desde 250 colones… los cubitos son cuatro por mil”.
Un mensaje para quienes vienen detrás
Don Manuel vive con su hija, su nieto y el esposo de ella, y se esfuerza cada día para sostener el hogar. Más allá del trabajo, desea que su historia sirva de inspiración.
“He visto mucha gente joven en malos caminos… y uno que ya está acertado sigue trabajando. Ojalá algo los motivara para elegir un camino bonito”.
Su visión de vida conmueve: no juzga, no critica, simplemente invita a apreciar el valor del esfuerzo y la dignidad del trabajo honrado.
Un pedacito de historia viva del mercado Central
Mientras acomoda sus productos, comparte un dato que guarda como un tesoro: “Este negocio estaba abierto en 1890, cuando el mercado tenía 10 años de abierto”. Desde entonces, generaciones enteras han encontrado en este espacio dulces que saben a recuerdo.
Su sonrisa tranquila y sus manos que aún elaboran y ordenan cada confite, hacen de don Manuel una de esas figuras que mantienen en pie lo auténtico, lo nuestro, lo que no debería perderse.
Nota realizada con ayuda de IA

