Aquello de hacer amistad en los buses, o comerse un pedazo de pollo frito de camino a la casa quedó en el pasado.
Debido a la pandemia ahora los recorridos en la “limusina familiar” son silenciosos y, hasta dónde se pueda, solitarios porque el temor de contagiarse de covid-19 nunca se baja del bus.
El miércoles 19 de mayo fui a darme una vuelta en uno para ver cómo se comporta la gente y si se respetan los protocolos sanitarios y aunque nunca falta un borracho en una vela, noté que la mayoría de personas hace un esfuerzo por mantenerse en regla y esquivar al coronavirus.
A las 7:05 de la mañana llegué al costado oeste de la plaza de San Rafael Arriba de Desamparados a esperar que saliera el bus hacia el centro de San José.
En la parada había un par de personas sentadas en la banquita y otra de pie, me formé en la fila respetando la distancia y menos de un minuto después llegó una muchacha que se puso detrás mío, también alejadita.
Luego llegó un adulto mayor y mientras esperaba el bus sacó una botellita de alcohol, se echó en las manos y se frotó bien.
A las 7:14 llegó el bus y todos nos subimos. Como éramos pocos, cada quien se sentó en campos bien distanciados; yo no me aguanté y saqué la botella de alcohol que andaba en la bolsa, fumigué el asiento y me puse en las manos, nadie más lo hizo, no sé si me vieron raro, pero mejor prevenir.
LEA MÁS: Nueva fórmula permitirá vacunar a más personas contra el covid-19
En la segunda parada se subieron varias personas, entre ellas un señor que llevaba la mascarilla mal puesta porque se le salía toda la nariz, por dicha se sentó bien lejos.
Con forme se iba subiendo la gente se notaba que cada quien buscaba un asiento solitario, pero llegó el momento en el que ya no quedaba de otra que compartir campo, así que se quedaban analizando a la gente para ver a la par de quién se sentaban.
Se notaba el temor, quienes ya estaban sentados estaban tensos, deseaban que nadie se les acercara y quienes se iban subiendo tenían que tomar rápido la decisión de a la par de quién se iban a sentar, todos estábamos ariscos.
Cada quien con su celular
El chofer en todo momento llevó la mascarilla como debía, iba muy callado y hasta con el radio apagado, así que lo único que se escuchaba era el sonido del motor del bus y los pitazos que venían de afuera.
Los pasajeros también íbamos callados, la mayoría llevaba los audífonos puestos para distraerse y probablemente también para no caer en la tentación de hablar con nadie.
Antes de llegar al centro de Desampa se subió una mujer con una bebé de brazos y antes de sentarse abrió la ventana, hasta ese momento noté que no todas estaban abiertas pese a que hacía un día soleado y lo recomendable es que haya buena ventilación.
LEA MÁS: Católicos y evangélicos oraron y ayunaron juntos por el país
En la municipalidad de Desamparados se subió una mamá con su hijo adolescente y me llamaron mucho la atención porque apenas se sentaron, ella sacó una botella de alcohol en gel y los dos se desinfectaron las manos, fue a los únicos que vi hacerlo en todo el viaje.
Nos fuimos acercando al centro de Chepe, unas personas se subían y otras se bajaban, pero todo en relativa paz.
En el momento en que el bus estuvo más lleno había solo siete asientos libres, por lo que nunca estuvo nadie de pie.
A las 7:48 a. m. llegamos a la plaza de las Garantías Sociales, que es la última parada, en ese momento a todo el mundo se le olvidó el distanciamiento, algunos hasta se levantaron de sus asientos antes de que el bus parara para esperar en la puerta. Fueron más las ganas de bajarse del bus, que la prudencia.
¡Qué colerón!
Luego de dar una vuelta cortita regresé a la parada y empecé a hacer la fila para regresar a mi casa. Había dos mujeres sentadas a la pura par en la parada, una de ellas con la mascarilla en el cuello.
Poco a poco empezaron a llegar más personas a hacer la fila y aunque había distancia entre todos, algunos tenían la mascarilla mal puesta porque, aunque cueste creerlo, hay personas que siguen usándola solo porque se les exigen y no porque sean conscientes de que les puede salvar la vida.
LEA MÁS: (Video) Mujer graba ovni en plaza González Víquez
Antitos de las 8 a. m. llegó el bus y la mujer que estaba después de mí en la fila se me pegó como si el bus la fuera a dejar botada, yo le hice ojos de pocos amigos y me alejé para que viera que me había incomodado, pero ella ni se percató y se volvió a acercar, ¡qué colerón! ya en eso me subí al bus y busqué un asiento bien alejado a ella.
Cuando el bus arrancó estaba a menos de la mitad de la capacidad y todos estábamos bien lejitos, solo había dos excepciones, una pareja de jóvenes que iba hable que hable y dos compañeros de trabajo que pese a que se sentaron uno detrás del otro, nunca mantuvieron el distanciamiento porque el de atrás iba echado hacia adelante para hablarle al compa de cerquita en la pura oreja.
Sentí el regreso más rápido, no hubo mayores contratiempos. Después de pasar el centro de Desampa noté que en el penúltimo asiento iba un hombre bien dormido y con la nariz destapada; solo espero que no se le haya pasado la parada.
Me bajé en la penúltima parada, ya solo quedaba un pasajero (el dormido), apenas puse los pies en la tierra saqué la botella de alcohol y me eché bien en las manos y antes de entrar a mi casa hasta me eché en los zapatos.
Cuando entré me cambié la ropa de una vez, algunos dirán que soy muy exagerada, pero tengo razones de peso para cuidarme, entre ellas que quiero salir viva de esta pandemia.