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Hermana de Wendolyn, niña desaparecida hace 29 años: ‘Crecí en un ambiente de mucho dolor’

Yahaira Blackshaw conoce de cerca el dolor que dejó en la familia la desaparición de su hermana

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Yahaira Blackshaw tenía dos años cuando su hermana Wendolyn desapareció. No recuerda nada de los primeros días desde que no se supo más de la chiquita. Es lógico. Pero sí puede hablar con conocimiento de lo que pasó después porque fueron días muy duros para todos.

“Crecí en un ambiente de mucho dolor. Mami lloraba en Navidad, para el cumpleaños de Wendolyn, para el Día de la Madre, siempre la tristeza y siempre el dolor presentes”.

Es comprensible que un hecho así marque la historia de una familia. Los integrantes deben enfrentarse a una realidad difícil. Yahaira lo sabe muy bien.

"Deja heridas y cicatrices, además, algo así como traumas. Yo, por ejemplo, tengo tres hijos, de nueve, siete y cuatro años y soy una mamá sobreprotectora. Estoy segura que todo se debe a lo que se vivió en mi hogar. Cuando tuve a mi primer hijo el asunto era tremendo. En una ocasión, estando en materno, el (chofer) de la microbús siempre llegaba a las tres de la tarde, pero un día llegó a las tres y cuarenta y ya yo estaba llorando y desesperada. Un atraso que para la mayoría de mamás es normal, para mí es desesperante”, explica.

Yahaira aprendió a vivir con el dolor y a entender qué hacer y qué no hacer para que su mamá, doña María de los Ángeles Blackshaw García, no tuviera un recuerdo permanente de la hija perdida.

“Tuve siempre muy claro que si llegaba a ser mamá jamás, pero jamás, le pondría Wendolyn si me nacía una chiquita. Una familiar intentó ponerle ese nombre a su hija y toda la familia se lo impidió. No sé como explicarlo, pero también siempre supe que ninguno de mis hijos estaría en la misma escuela (la Roberto Cantillano Vindas, de Ipís de Goicoechea). Hay algo, siento algo cuando voy a esa escuela; yo me gradué de sexto de ahí, pero con mis hijos no pude. Solo entro a esa escuela cada cuatro años para votar, pero salgo lo más rápido que puedo”.

Yahaira sí tiene memoria de que su vida de niña fue siempre a la par de su mamá. “Mami iba conmigo a la escuela, entienda bien, no hablo de una mamá que va y deja a su hija a la escuela: ella se quedaba en la escuela hasta que yo saliera, siempre. Mami me llevaba a los bailes del colegio y se quedaba conmigo. Mis compañeros del colegio siempre entendieron que mi mamá era lo primero para mí, por eso comprendieron que, incluso en el colegio, ella iba a recogerme puntualmente”.

Seguía presente el miedo de que a ella le ocurriera lo mismo que a Wendolyn.

Yahaira logró llevar alegría al corazón de su mamá con los tres nietos que le dio. “Mami reencontró la alegría en mis hijos, los cuida, los chinea y, bueno, como todo, hasta sustos se ha llevado. En una ocasión, hace varios años, la mayor se metió en la casita del perro en el patio y mami no la encontraba. Imagine lo terrible que fue, por dicha apareció rápido.

La desaparición de Wendolyn aún sobrevuela la historia de quienes deben vivir con su recuerdo a pesar del tiempo que ha pasado.

“El trauma está y también yo lo vivo. Yo tengo que ver a mis hijos siempre, si están en un lugar y los pierdo de vista me desespero y se me hace un hueco en el pecho, pero soy feliz porque mi familia le da alegría a mi mamá”, señala Yahaira.

A quien también le tocó vivir una experiencia durísima fue a la abuelita de Wendolyn, doña Marina, la mamá de doña María.

Doña Marina tuvo que ser el pilar de la casa cuando doña María prácticamente se desconectó del mundo tras la desaparición de su hija. El hecho la golpeó tanto que en los primeros veinte días perdió diez kilos porque no comía.

La abuelita tiene 91 años y está como un roble. Dicen en la casa que le ayuda mucho la parte psicológica porque ella tiene algo muy claro: “yo no me voy a morir hasta que aparezca Wendolyn”. Siempre lo repite. Tiene intacta la fe de que un día la verá entrar por la puerta.

Eduardo Vega

Eduardo Vega

Periodista desde 1994. Bachiller en Análisis de Sistemas de la Universidad Federada y egresado del posgrado en Comunicación de la UCR. Periodista del Año de La Teja en el 2017. Cubrió la Copa del Mundo Sub-20 de la FIFA en el 2001 en Argentina; la Copa del Mundo Mayor de la FIFA del 2010 en Sudáfrica; Copa de Oro en el 2007.

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