Hace unos días planeamos entre mi hijo y yo ir a comprar un necesario par de zapatos al centro comercial y aprovechar el recorrido para comernos un helado; sin embargo dentro de las expectativas de mi chiquitín él ya se había construido la ilusión de un “regalito”.
Esa expectativa se evidenciaba en la frase: “y me compras algo chiquitito”. No le di importancia y salimos a las 4 de la tarde; una hora y media después el tema de los zapatos estaba resuelto y nos dispusimos a ir por el helado. A las 6:30 p. m. ya la expectativa del regalito había crecido hasta convertirse en un monstruo de ansiedad.
El helado casi que no supo a nada, porque había urgencia de ir a buscar el regalito, pero ya en esa tarea la confusión era enorme, no había claridad alguna sobre qué deseaba el ansioso, ilusionado y a la vez desilusionado niño que quería “algo”.
Recorrimos jugueterías al mismo tiempo que le intenté explicar las dimensiones de “algo pequeñito”, las cuales obviamente no calzaban con las suyas.
A las 8 p. m. las tiendas cerraron, salimos sin el regalito y una gran lección aprendida, las expectativas nada tienen que ver con la realidad y sería tonto darles dinero. Él lo entendió al mismo instante que se le liberó de la presión de buscar ese algo inexistente.