El nombre de Alfonso Castro quedó grabado en la memoria de Sarapiquí como sinónimo de mucho miedo.
Entre julio de 2020 y marzo de 2021, este hombre delgado, de barba cerrada y rostro siempre cubierto por una camisa o pasamontañas, irrumpió en la tranquilidad de Horquetas de Sarapiquí para cometer al menos siete violaciones, además de robos y amenazas a familias indefensas.
Su forma de operar, calculada y fría, hizo pensar a muchos que no actuaba solo. Pero la investigación del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) reveló que se trataba de un depredador en serie, que usaba el engaño como arma psicológica y que fue capaz de mantener en vilo a toda una comunidad.
El investigador William Ortiz Villalobos, uno de los agentes destacados en el caso, relató en una entrevista al pódcast del OIJ Expediente Cero 43 cómo se tejió la persecución, las capturas y la fuga que desató aún más terror en la zona.
Ortiz describe a Alfonso como “un criminal sin rostro”, un hombre que conocía lo suficiente de técnicas forenses como para borrar rastros, limpiar u obligar a bañarse a sus víctimas y generarles la sensación de que nunca iba a ser detenido.
El inicio del miedo
El 25 de junio del 2020, el OIJ recibió la primera alerta. Un hombre había entrado a una casa habitada por un matrimonio y su hijo.
El sospechoso amenazó con que pertenecía a una peligrosa banda criminal, y decía actuar “de parte del Diablo”, y ser miembro de la banda de Alejandro Arias, pero era puro cuento; sin embargo, el tono de su voz hacía que todo fuera creíble para los afectados.
El investigador narró que el sospechoso se comportaba como si estuviera acompañado cuando llegaba a las viviendas, aunque nadie más respondía a sus diálogos simulados. Esa estrategia de intimidación lo acompañó en los meses siguientes.
Durante semanas después del primer ataque, no se registraron más agresiones.
Pero el 1.° de diciembre de ese mismo año, el agresor volvió a actuar.
Esa vez la víctima fue una funcionaria judicial, quien relató a los investigadores que el hombre volvió a decir que pertenecía a la agrupación del “Diablo” y que sostenía conversaciones ficticias, como si hablara con cómplices invisibles. La mujer, bajo amenaza de arma, fue atacada sexualmente.
El modus operandi empezaba a definirse para los investigadores, pues todo era igual al primer caso: ingresaba en la madrugada, utilizaba el miedo como recurso, amenazaba a las víctimas para que se desnudaran, a algunas les pedía bañarse o limpiarse para acabar con cualquier rastro. Nunca permitió que vieran su rostro.
“Siempre robaba algo de dinero, joyas, celulares, objetos pequeños y desaparecía sin dejar rastro”, recalcó el investigador.
Escalada criminal
El 9 de diciembre de 2020, una nueva víctima fue atacada en su casa mientras sus hijos dormían. Los pasos del sospechoso fueron los mismos que en los otros casos.
El 2 de enero de 2021, otra familia vivió la misma pesadilla: el agresor repitió la amenaza de pertenecer a una banda, puso un arma en la cabeza de los presentes y abusó de una mujer.
El 20 de enero de 2021 se dio un giro en la investigación: el agresor atacó a otra mujer, pero se llevó una motocicleta y un bolso repartidor con un logotipo muy particular. También robó un celular.
Una de las víctimas aseguró a los agentes que el hombre iba a tener que pasar a una gasolinera, porque la moto no tenía casi combustible.
Aunque nunca usó el teléfono, las cámaras de seguridad lo captaron en una gasolinera de Horquetas cargando combustible en la moto robada. Pagó en efectivo y mantuvo el casco puesto, pero los investigadores lograron ver que se fue en ruta a Vuelta de Kooper y, camino a San Carlos, se le perdió el rastro.
“Se lograron hacer rastreos de otro teléfono al que sí le daba uso. Estaba a nombre de un hombre, y comenzaron a analizar, y a comunicarse con una mujer y con la mamá de esa mujer. Además, tenía llamadas de esa persona en Santa Clara de San Carlos”, recordó el agente. Esas llamadas les permitieron conseguir el nombre de Alfonso Castro.
“Logramos determinar que el sospechoso se comunicaba con el señor y el hijo, a quienes conoció cuando estuvo en la cárcel. El sospechoso estuvo en Santa Clara, pero no lo logramos ubicar”, comentó.
El 23 de enero, el hombre atacó a una pareja de esposos; sin embargo, en un principio solo se denunció la agresión contra la mujer.
“El hombre nos dijo que si él veía al sospechoso, lo podía reconocer. Eso nos llamó la atención porque la víctima era su esposa. Ya teníamos el nombre de Alfonso y decidimos hacer un reconocimiento fotográfico y el sujeto lo logró reconocer”, explicó el investigador.
Al parecer, en ese caso, el sospechoso se excedió en confianza y el hombre sí lo vio.
Tiempo después el esposo de la mujer denunció que también había sido víctima de violación, pero por vergüenza no quiso denunciar desde el principio, pero gracias al apoyo de su esposa lo pudo hacer. Fue una situación muy dura para el afectado, según narró el investigador.
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La primera captura
El OIJ intensificó la vigilancia. Tras un mes de seguimientos, finalmente, dieron con el sospechoso en Puerto Viejo de Sarapiquí.
La captura se logró cerca de los tribunales, cuando Castro Núñez caminaba junto con su pareja, quien, incluso, lo había reportado como desaparecido; sin embargo, los agentes creen que eso fue solo una mampara para despistarlos.
El 1.° de marzo de 2021, los agentes lo detuvieron formalmente, y un juez dictó prisión preventiva.
Pero la historia no terminó allí.
La fuga que desató pánico
El 7 de marzo de 2021, cuando aún estaba bajo custodia en las celdas del OIJ de Sarapiquí, a la espera de que le asignaran una cárcel, Castro ejecutó un plan de fuga que parecía ensayado.
El hombre pidió ir al baño, se paró en la llave para abrir la ducha, y rompió el cielo raso, salió por el techo y empezó a brincarse los techos de varias propiedades hasta que se lanzó al río Sarapiquí.
“Eran pasadas las 5:30 de la tarde. Yo estaba con mi familia en un parque cuando me llamaron para decirme que se había fugado. La sensación fue devastadora, porque sabíamos lo que podía significar para las víctimas y la comunidad.”, narró Ortiz.
Durante 19 días, el violador serial volvió a estar en las calles. Se le vinculó con robos, amenazas con machete, intentos de hurto de vehículos y hasta asaltos a viviendas. La población vivió en estado de alerta permanente. Vecinos reportaban movimientos sospechosos, se organizaban en grupos de vigilancia y pedían explicaciones a las autoridades.
Algunos le habían dado de comer o hasta se enfrentaron con él cuando trató de entrar a sus casas.
La segunda captura: fin de la persecución
El 26 de marzo de 2021, la operación de recaptura culminó en Cubujuquí de Horquetas. Tras un trabajo de inteligencia, el OIJ montó un operativo nocturno con apoyo de la Fuerza Pública, drones con cámaras infrarrojas y oficiales del SERT.
“Varias veces estuvimos a punto de atraparlo, pero ese día llegamos y a un kilómetro de la casa apagamos las luces de los carros; 300 metros antes empezamos a caminar y nos dividimos para rodear la casa, pero cuando estábamos ya posicionados, gritamos muy fuerte para que no pudiera hacer nada, y en ese momento una de las víctimas gritó ayuda y el SERT entró”, relató.
“Tenía un cuchillo en la mano, pero fue despojado rápidamente. Cuando lo atrapamos y el SERT dijo que la misión estaba cumplida, fue una algarabía inmensa. La gente se abrazaba, pues se había cometido un error (cuando se fugó) y había que subsanarlo”, relató Ortiz.
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De inmediato, Castro Núñez fue trasladado con escolta a Goicoechea para garantizar que no hubiera más fugas.
La captura de Castro Núñez no solo significó el fin de una pesadilla para las víctimas, sino también un alivio para Horquetas de Sarapiquí, donde durante meses las mujeres temieron salir solas o dormir tranquilas.
“Lo que vivimos fue una presión enorme. Teníamos que atraparlo, porque no se trataba de un caso más, sino de alguien que tenía a todo un pueblo bajo amenaza. La recaptura fue un respiro no solo para el OIJ, sino para toda la comunidad”, concluyó Ortiz.
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El agente recordó que una de las víctimas hasta lo llamó para preguntarle si era cierto que el hombre se había fugado, y él sintió mucha paz cuando pudo avisar que estaba, nuevamente, tras las rejas.
En el 2022, los tribunales condenaron a Castro a 50 años de prisión, sin posibilidad de acceder a beneficios de reducción de pena por trabajo o estudio, justamente debido a su fuga.
Un perfil escalofriante
El perfil criminal de Castro mostró una escalada típica de un agresor en serie: inició con robos, pasó a amenazas, evolucionó hacia la violencia sexual y, según los investigadores, lo que seguía era el homicidio.
“Era un sujeto que estudiaba lo que hacía”, explicó Ortiz.
Castro es el criminal en serie capturado más reciente en el país; actualmente, sigue descontando la pena.