Hace algún tiempo estuve por unos meses en un país muy futbolero y vi que estaba de moda que los equipos contrataran gerentes deportivos, los cuales, en su mayoría, eran entrenadores.
La prensa les preguntaba si ya no pretendían entrenar más y la respuesta era clara: “No para nada. No tengo interés de dirigir más, porque estoy al servicio del club y quiero hacerlo crecer desde esta posición”.
En ese momento pensé que todo eso era muy interesante.
Poco tiempo después, cuando el entrenador de turno era destituido, ¿adivinen a quién nombraban? Correcto, al señor que tenía el puesto de gerente deportivo, ya que era la persona que conocía al equipo, que lo había conformado y el que trajo a los jugadores extranjeros.
Excelente, porque si las cosas no salían, él solo se hacía un lado y seguía en su puesto de para darle campo al nuevo entrenador.
Pero cuando al equipo le iba bien salía sacando pecho y se nombraba el genio del proceso, gracias al trabajo realizado. Sin embargo, cuando las contrataciones no se daban o el equipo no andaba bien ellos nunca tenían la culpa y manejaban un perfil bajo.
Otro estilo que vi era el del gerente que tenía gran poder entre los directivos.
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Luego de fracasar por varios torneos colocaba a un entrenador inexperto, después ponía a otro más novato que el anterior y hasta él dirigir para al final terminar contratando a un amigo o paisano con la esperanza de salir adelante.
Hay otros que solo esperaban que fallara el entrenador para asumir el puesto y para conseguirlo hasta zancadillas le ponían al técnico de turno.
Cuando regresé a mi país me sentí feliz porque los gerentes deportivos de acá son diferentes, muy serios y profesionales, algunos tan buenos como el de Pérez Zeledón que sin conocer su nombre y junto a un gran grupo de trabajo hizo campeón al equipo.