El querido y popular humorista Carlos Ramos, mejor conocido como Porcionzón, habló sin rodeos con La Teja de un tema que pocos se atreven a tocar y que lo tuvo atrapado por años: la ludopatía.
“Quiero aclarar que las adicciones, sea guaro, drogas o juego, no son vicios, son enfermedades. Lo dice la OMS. En mi caso fue la afición a apostar, una enfermedad que me cambió la vida por completo”, confiesa el menecazo.
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Porcionzón, reconocido por su humor, sus chistes y sus disfraces en el programa de canal 7 El Chinamo, fue, durante muchos años, un hombre atrapado por los juegos de casino. De los 75 años que tiene, 25 los vivió sumidos en el juego.
“Yo me crié en el puro San José, trabajaba vendiendo dólares cuando los bancos no los ofrecían. Ganaba bien, muchísimo dinero para esos tiempos. Pero un día apareció un casino cerca del Melico Salazar y la curiosidad me llevó a entrar. Ahí empezó todo”, dice con sinceridad sobre sus inicios.
“Al principio gané, después vino el infierno”
Como muchos, Carlos cayó en la trampa del juego por casualidad. Las primeras veces ganaba y eso, más la atención que le daban entre bebidas, sonrisas y belleza femenina, lo sedujeron por completo.
De ganar, pasó a perderlo todo.
“Empecé a jugar día, tarde y noche. Vivía para jugar y jugaba para vivir. Cuando cerraban los casinos por Semana Santa no sabía qué hacer. Me enfermé completamente”, menciona.
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Porcionzón jugó durante 25 años sin parar y aunque ganaba mucho, lo perdía todo casi al instante. Dice que no solo perdió dinero sino sus principios, y eso es lo que más lamenta.
“Uno enfermo no juega por ganar ni por perder, juega porque necesita jugar; y cuando no hay plata, se miente, se engaña y se pierde la honestidad. Lo peor no es perder la plata, es perder los valores”, afirma sin miedo.
“Estuve a punto de perder a mi familia”
El comediante de Teletica Radio no duda en contar increíbles cosas que hizo para tener dinero para jugar. Como la vez que le vendió su carro a un señor de San Ignacio de Acosta, se devolvió en bus con la plata en la bolsa y se fue directo al casino.
“Me quedé jugando tres días seguidos en el casino con la plata de la venta. Estuve a punto de perder mi hogar, porque a uno se le olvida que hay que pagar casa, dar de comer, ser padre. Uno solo piensa en jugar”, continúa.
Su recuperación comenzó cuando tocó fondo.
“Llegué destruido a Jugadores Anónimos, un grupo que se convirtió en mi segunda casa. Gracias a Dios y a ese programa tengo 27 años de no jugar. Ahí aprendí a volver a ser honesto, a cumplir mis responsabilidades y a tener paz”, agrega.
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“No he recaído, pero sigo en tratamiento”
Porcionzón es claro: la ludopatía no se cura, se controla.
“Es una enfermedad incurable, pero tiene tratamiento. Yo no puedo decir que nunca recaeré, pero ahora sí sé lo que pasaría si vuelvo a un casino. Tal vez podría ir, pero no debo, porque si lo hago se despierta otra vez la enfermedad”, refiere.
El humorista confiesa que el proceso de recuperación es largo, pues implica recuperarse también como persona.
“No es solo dejar de jugar, es volver a ser honesto, responsable y buena persona. La ludopatía es una enfermedad del alma y la mente. Uno llega lleno de miedos, mentiras y malos hábitos (a las terapias), y hay que pasar por una desintoxicación mental y espiritual”, recalca.
Hoy, 27 años después, Carlos sigue asistiendo a las reuniones de Jugadores Anónimos.
“Voy casi todos los días, menos cuando trabajo. Las reuniones son todos los días de 7 a 9 de la noche, frente a Delfines con Amor, en la plaza Cleto González Víquez. Es gratuito, nadie lucra. Ahí se salva gente, se salvan familias”, subraya.
“He visto cómo destruye vidas”
Porcionzón no busca fama con su testimonio. Lo hace, dice, para ayudar a quienes hoy sufren como él sufrió.
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“He visto personas perder sus familias, sus trabajos, sus vidas. Otros han terminado en la cárcel o incluso en el cementerio. La última apuesta muchas veces es una apuesta de vida o muerte. Por eso hablo, para decirles que sí hay salida”, afirma con autoridad.
También aclara que no tiene nada contra los casinos.
“Los casinos, las cantinas, los búnker… siempre van a existir. El problema no es el juego, el problema es uno. A nadie lo llevan amarrado. Pero si ya no puede parar, si ya el juego manda, entonces tiene una enfermedad”, afirma.
“La fuerza no me sirvió, me sirvió la voluntad”
“Yo le pedía a Dios que me quitara las ganas de jugar, pero entendí que no era fuerza lo que necesitaba, era voluntad y constancia. Una gota de agua rompe una piedra no por fuerza, sino por insistencia. Así funciona la recuperación. Si uno es obediente al programa, se le quitan las ganas de jugar, ¿qué más quiere un ludópata?”, dice con su particular tono de “cuentachistes”.
Gracias al tratamiento, Carlos recuperó su vida, pudo pagar los estudios de sus hijos, comprar casa, carro, recuperar la confianza de la gente y convertirse en uno de los comediantes más importantes y de mayor trayectoria en el país.
“Hoy soy un mejor padre, mejor hijo y mejor ser humano. El programa no hace santos, pero te enseña a vivir”, insiste sobre el grupo de Jugadores Anónimos.
“Mi consejo: vayan a Jugadores Anónimos”
Porcionzón cierra la entrevista con un mensaje directo: “si alguien que está leyendo esto siente que el juego le está quitando la paz, le digo que no está solo. Vayan a Jugadores Anónimos, ahí hay esperanza. Yo soy testimonio de que sí se puede salir adelante. La ludopatía no se cura, pero se controla, y con la ayuda de Dios, se puede volver a vivir”.




