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La congoja y carreras de un periodista al volver a la revisión técnica, dos años después

Un periodista relata cómo vivió la experiencia de volver a la inspección técnica, pues su carro es placa 8 y tenía hasta agosto para quedar en regla. ¿La pasó?

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Tenía dos años de no llevar mi carrito a la revisión técnica tras todos los cambios de fechas que se dieron con la salida de Riteve y la posterior llegada de Dekra.

De agosto ya no podía pasar, estaba en el límite. Por eso, el martes 29 lo llevé, lo cual significó vivir una experiencia que combinó varias sensaciones: temor, dudas y recuerdos.

Experiencia de volver a la inspección técnica vehicular tras dos años de no llevar el carro.

El día anterior el carro estuvo en un lubricento, porque era justo y necesario el cambio de aceite, ajustarle los frenos y cambiar las escobillas. El trabajito me costó 33 mil colones.

Un par de semanas antes compré llantas y pagué el tramado, una rótula y su instalación. Se me fueron 150 mil colones, pero sabía que era necesario para pasar la prueba.

Y bueno, llegó el día, tenía cita a las 7:20 p. m., en la estación de El Coyol, en Alajuela. Pensaba que tenía todo listo, después de revisar las luces, que las ventanas abrieran y cerraran, que el pito sonara y que los cinturones quedaran bien colocados, lo mismo de siempre.

Previo a salir de mi casa en Grecia, se me ocurrió decirle a mi hija menor, de 5 años, que si me acompañaba y como es bien patacaliente, por supuesto que aceptó.

“Qué embarcada”, pensé. “No recuerdo si se pueden llevar niños”.

Con una nueva empresa a cargo de la inspección, no me la quise jugar, así que antes de perder el viaje, entré a la página web de Dekra para aclarar el panorama.

Confirmé que sí pueden ir acompañantes y que en el caso de los menores que necesitan una silla o dispositivo de seguridad, deben ir sentados en el artefacto.

Y bien, de rebote leí que estaba prohibido portar armas y que si usted planea llevar a su mascota, mejor déjela en casa, porque lo devolverán de inmediato.

Experiencia de volver a la inspección técnica vehicular tras dos años de no llevar el carro.

¡Qué nervios, por Dios!

A las 6:30 de la tarde emprendí el viaje junto con mi hija, bien sentadita en su silla. Y nos “juimos”, “a la mano de Dios”, a sabiendas de que algo podía fallar en la prueba. Mi principal miedo, como todas las veces pasadas: los gases.

Eran dos años de no afrontar esa experiencia, que en mi caso se convierte en un suplicio y una congoja tan grande como mis ganas de que el carrito pasara bien en todo.

Tal vez suene exagerado, lo acepto. Para mí los minutos dentro de la estación se hacen eternos. Mis oídos se taponean, me bloqueo mentalmente y me entra una ansiedad que solo siento en ese lugar.

Pero estoy seguro que eso le ocurre a muchos usuarios. Y posiblemente, en el cierre de agosto a miles les tocó como a mí, volver a la inspección después de dos años.

En el camino le pedía a mis oídos que me dejaran escuchar. “Avance”, era la frase que no salía de mi cabeza, con el efecto de altoparlante.

Con veinte minutos de recorrido, le pregunté algo a mi pequeñita y lo que recibí de respuesta fue un silencio total. Mi acompañante de lujo se había dormido y así arribamos a la estación, a las 7:10 p.m.

Pasé con el carro a una de las tres casetillas para pagar 7.920 colones y completar casi 200 mil colones del alma para la prueba vehicular. ¡Pagando y de una vez a la fila. Aquello era como pagar un peaje en la ruta 27 un Jueves Santo. Eran demasiados carros!

A como pude fui metiéndome en la fila. Estuvimos 10 minutos quietos. De repente, un trabajador de Dekra movió el asunto y nos corrimos un poco. “Vayan a la línea 5″, decía.

Ocho carros iban adelante y era lógico el llenazo, ya que los que tenemos placa 8 nos quedaban apenas tres días para quedar en regla.

Eran las 7:45 p.m. cuando comenzamos la primera prueba. Nos atendió una muchacha. En un momento, la veía por el retrovisor y algo me decía. ¡Claro está, yo no escuchaba nada! Ella necesitaba revisar que la cajuela abriera y tuve que bajarme porque el llavín iba cerrado.

Como en procesión, fuimos avanzando. Tocaba la revisión de frenos y algo me decía que todo iba bien. Nos tocaba pasar a la prueba de los compensadores, esa que tambalea el carro y uno siente que se viene un cinchonazo.

Aquel temblor artificial despertó a mi chiquita, quien poco a poco fue entendiendo en qué andábamos. Me preguntaba de todo mientras tocaba pasar por la fosa, donde un mecánico habla y uno lo escucha por una bocina.

El “mueva la dirección... frénelo” no podía faltar hasta que escuchamos “avance”. Se venía la prueba de gases. El carro adelante duró una eternidad al tiempo que mi hija sentía muchísima curiosidad por la mascarilla que usaba el muchacho que nos atendería. Seguramente ella se imaginaba un personaje malo de ciencia ficción.

Al final, no resultó para nada malo. Avanzamos hasta él. Aceleré al punto que él me pidió. Luego me dijo que soltara el gas. Como le conté, esa es la prueba que más miedillo me da.

Experiencia de volver a la inspección técnica vehicular tras dos años de no llevar el carro.

Por el retrovisor derecho vi que sacó de la mufla el tubo con el que miden los gases. Se fue a la computadora y lo perdí de vista. Pasaron quizá dos minutos más, cuando se acercó a la ventana del acompañante. Traía la hoja, pero yo no sabía si venía con el sticker.

“Todo listo”, nos dijo y puso la hoja en el asiento. Sobre el papel estaba la bendita calcomanía. “¡Pasamos, mi amor!”, le dije de inmediato a mi hija. Creo que ella no entendió mi alegría.

A las 8:20 p.m. arrancamos el carrito y nos regresamos a Grecia. No habían pasado cinco minutos y ella cayó rendida, otra vez.

Keneth Rojas Barrantes

Keneth Rojas Barrantes

Periodista con 20 años de experiencia en televisión, radio y prensa escrita, en medios como Al Día, La Nación, Noticias Repretel y Canal 9, donde laboró como jefe de redacción.

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